domingo, 22 de marzo de 2015

De las cosas de las que no quiero acordarme, lo mejor no es callarse.

Leo veinticinco mil veces, y por muchos canales de comunicación diferentes, la noticia de que un conocido museo- de cuyo nombre no quiero acordarme- primero censura una polémica obra de arte y después, tras mucho jaleo y blablablá, la expone. Con cierta laxitud y hastío, pienso apesadumbrado: "cuán profundamente me la come este debate: otra vez, una vez más el espectáculo amarillo de la censura y el deseo subrepticio de que ésta aparezca, que no responde a ninguna reivindicación de fondo de artista o institución alguna- la cuestión de la monarquía- asunto que queda relegado a un segundo o tercer plano tras los fuegos de artificio mediáticos. Otro jueguecito circense institucional del mandarinato cultural. Otra pirueta simpática de la casta del arte. Siempre hay un episodio así, normalmente durante la feria de arte esa, de cuyo nombre no quiero acordarme, más lo que pueda apañarse en el resto del año".  

A nadie le pasa desapercibido que una de las funciones del arte contemporáneo es la de "provocar", "agitar conciencias" o "sembrar la polémica". Podría decirse que en nuestros días esa es prácticamente su única función. Pongo la cursiva pues parece que solo así el arte sale, en la práctica, de sus místicos vapores, juegos de espejos y galimatías representacionales para tocar la realidad social más mundana; se ponen denuncias, se pagan multas, se alzan las voces, se sale en los periódicos, se exigen responsabilidades, se teme a la reacción fascista. Lo más lamentable es que el truco del escándalo, a pesar de ser tan antiguo como el propio arte contemporáneo, que es un arte ya viejo (pues algo viejo puede ser perfectamente contemporáneo), siempre nos sorprende con su mucha frescura, es sonada noticia en los periódicos generalistas en donde el arte, por lo común, apenas ocupa espacio, portada de los suplementos culturales, cosa viral, trending topic o lo que sea, pasados ya ciento cincuenta años del escándalo de la "Olympia" de Manet, y noventa y ocho de la retirada de exposición de la "Fuente" de Duchamp, precursores de los actuales jueguecillos con tufo a disputa de curitas en la sacristía, en donde se marean con levedad los valores intocables de la democracia, la defensa de la libertad de expresión, etc.  

En efecto, en lo que se refiere al juego del escándalo en las artes, hay ya una larga y sofisticada tradición. No hay nada fresco ni naiv en quien se pone a ello, y sí mucha estrategia y planificación de las consecuencias. La moraleja es que si sabes "dar cañita", si te censuran, si levantas la polémica... felicidades, chaval; comienza tu vida profesional.

Cuando yo era un primavera lamentable, un niño bueno que hacía lo que había que hacer para ser un digno profesional de las artes e iba (encima, ¡de visita!) a aquella feria de los horrores en Madrid llena de pijales y aspirantes a pijales- y de cuyo nombre no quiero acordarme- podía ver cómo algunos colegas de profesión procuraban, cada año con más fuerza y sofisticación, dar el do de pecho del escándalo. Tras reiteradas intentonas tratando de epatar a la burguesía, buscando agitar conciencias, echando mano de los asuntos sensibles del momento, algunos lo consiguieron, sufrieron el acoso y derribo por parte de las fuerzas del Mal (una inversión más o menos medida o riesgo que asumir, como en cualquier negociete; las posibles demandas de los fachas, el ninguneo de algunos mandamases timoratos, un par de amenazas, quizás alguna troglodítica hostia, etc.) para más tarde cubrirse de poca o mucha gloria. Si se es censurado y se es capaz de canalizar las energías de este momento de choque, el prestigio del artista sube como la espuma. En el caso del museo del que no quiero acordarme, el alza del prestigio ha sido doble, pues tanto el artista y sus compis de expo como el director de la institución, que ha sido tan sumamente cool como para rectificar, ahora son el punto de mira y tema de conversación de toda la comunidad; gin tonic en mano, business as usual.

De alguna manera, aunque mi perfil profesional sea, gracias a Dios, lamentable, todavía considero que pertenezco a la comunidad artística, pues me mantengo al loro de sus dimes y diretes, y reivindico el derecho a no querer hablar de toda esta porquería cuchifrita, a este debate que se cocina en microondas, a no tomar este asunto como tema de conversación importante, a pesar de que para poder declararlo públicamente tenga que escribirlo en mi mierda de blog que no leen, también gracias a Dios, ni cuatro gatos.

Reivindico mi derecho a despreciar estos shows subnormales y también a defender otros modelos de disenso, conciencia crítica y formas de discusión que no se articulen siempre desde el quehacer casposo del artista enfant terrible, ya calvo, adinerado y seboso, un modelo esclerotizado, hipócrita y manierista, que abandona el tema que trata toda vez que ha conseguido shockar al espectador con sus machangadas, objetivo primordial. El nuevo escandalito, por razonable, vengador, justiciero o ético que parezca acaba quedándose la mayoría de las veces en un mero reclamo publicitario que no tiene más fin que la autopromoción personal.

Con todo, a mí también me va de vez en cuando el rollito. Pinté a Soria en su perversidad grisácea (creo que es uno de mis mejores cuadros y algún día lo destruiré públicamente), retraté a empresarios canarios del pelotazo celebrando sus fechorías, fui censurado por los colegas rojeras de La Tuerka a los que no les gustó mi video salsero, demasiado godos como para poder disfrutarlo, he escrito relatos de ficción clasistas, machistas, homófobos y ultraviolentos, sumamente epatantes, junto a alguna otra cosa en este estilo que ahora se me escapa.   

Pienso en Pasolini, pienso en algunos artistas que también han sido y son polemistas. ¿Puede aún polemizarse o provocarse sin perderse de vista los asuntos de los que trata una obra, sin poner el foco exclusivamente en las consecuencias alimenticio-profesionales y la recreación jovial en los saraos mediáticos adjuntos, sin que las reivindicaciones se conviertan en un jueguecito mandarín que solo compete a los del ramo, mientras la enseñanza de las artes en los colegios se va a pique, mientras seguimos viviendo a costa de la clase adinerada? Ahora que todo ha salido de perlas en el museo del que no queremos acordarnos, ¿qué pasa con la Casa Real? ¿Nos cagamos todavía en la Casa Real, seguimos obsesos con derribar la Casa Real, o nos vamos de pinchos con el valiente director de museo que, como el sabio, rectificó en aras de la libertad de expresión? ¡Viva la libertad de expresión!, ¡es la fiesta de la democracia! je suis Charlie, qué bien, qué bonito... y la Casa Real ¿qué?

ME CAGO EN LA PUTA MADRE DE LA CASA REAL. A VER CUÁNDO MONTAMOS LA GUILLOTINA Y EMPIEZAN A RODAR LAS CABEZAS. 

Decía Gianni Vattimo, que es cristiano, que no había que sentir ninguna pena por la Crucifixión de Jesús porque fue un acto absolutamente premeditado. Él sabía que enfurecía a los judíos y que estos terminarían por matarlo. Como Sócrates, bebió la cicuta de un sistema injusto. Si nos da por meternos incisivamente con el Islam, no debería sorprendernos, conociendo bien cómo están las cosas, que un día nos balaceen. La realidad puede ser severamente brutal, irracional e injusta. Y el primero que lo sabe es el "martir". Por suerte este es un blog con muy pocas visitas y mi cuello está a salvo de las demandas de El Pardo (y del éxito)... no sé... eso espero... Amén.

2 comentarios:

Ubaldo Suárez dijo...

Hasta el 'escándalo' artístico es diseñado como objeto de consumo absolutamente premeditado, sin duda. ¿Qué te pasó con La Tuerka? Por cierto, no sé si sabrás que al final han destinado el Castillo de La Luz a Chirino y a su fundación, y todo a cuenta de las instituciones públicas, que se comprometen a ir adquiriendo sus obras. ¿Qué opinas?

José Otero dijo...

Con la Tuerka pasó que les ofrecí un video https://www.youtube.com/watch?v=AEmuxCiUnmQ para que lo pusiesen en el espacio musical tras el programa de Monedero, como suelen hacer, lo aceptaron, lo emitieron en directo y más tarde lo cortaron y lo borraron de la lista de vídeos musicales de La Tuerka, en donde están todos los otros. Pedí explicaciones y me dijeron que posteriormente algunos compañeros encontraron que el video "no daba el perfil". Me sentí incomprendido y feliz.

Lo del Castillo de la Luz lo he seguido bien poco. Sé que hubo un movimiento vecinal en contra del proyecto. A mí Chirino, a pesar de todo, me parece un buen escultor y no sería muy reacio a que el señor pusiese sus cosas en alguna parte para que la ciudadanía las mire. Pero el asunto importante es cómo se hará esto para que no resulte una sangría de unos presupuestos públicos de cultura agonizantes y con otras prioridades urgentes. Tal y como está la cosa, si su fundación se construye a golpes fabulosos del talonario del contribuyente, me parece mal. Vamos, que si es baratito, si se hacen las cosas con mesura muy bien, pero si sale muy caro- como parece que va a salir- ni loco. Por cierto, que el mes que viene tendré que compartir mesa con el hombre en unas jornadas sobre aduanas y artes en el Gabinete Literario. Que Dios me coja confesado.